
De manera tradicional existe la creencia de que si cogemos frío nos vamos a resfriar, y no es tan directa la relación. En realidad, lo que ocurre es que en invierno, al hacer más frío, tendemos a estar en ambientes más cálidos y generalmente donde hay más personas: aquí está el verdadero riesgo, en las aglomeraciones en espacios cerrados. Si practicas la natación en piscina cubierta, por ejemplo, es más fácil que tu resfriado provenga de algún compañero de tu piscina que del frío que puedas pasar al volver a casa. Por ello la primera recomendación es que tengamos nuestras defensas lo más altas posibles, pero que no dejemos de hacer nuestras actividades habituales por el frío, sino que las adaptemos. Consumir alimentos cálidos como sopas o caldos y que nos den un buen aporte de energía favorecerán el calor en nuestro cuerpo. Consultaremos a nuestro médico, pero consumir legumbres, pastas, frutas ricas en vitamina C y bebidas calientes como leche o cacao nos ayudará a mantener nuestra temperatura corporal.
El frío intenso provoca el estrechamiento de los vasos sanguíneos y bronquios, el aumento de la tensión arterial y de la viscosidad de la sangre, etc y puede contribuir al desencadenamiento o agravamiento de enfermedades cardiovasculares y respiratorias. También con el frío afecta a las personas con enfermedades reumáticas, por eso lo importante y fundamental es estar bien abrigados, usando varias capas y cubriendo todo nuestro cuerpo, sin olvidar cabeza, manos y cuello. Utilizar prendas resistentes al viento y la humedad ayudarán a mantener nuestro calor propio y evitar que entre frío. También es recomendable respirar por la nariz, pues este proceso hace que el aire se vaya calentando antes de llegar a los pulmones, y evitar hacer esfuerzos físicos al aire libre. Que el frío no limite nuestras actividades, pero que tampoco suponga un riesgo para nuestra vida.
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