jueves, 21 de febrero de 2013

Los adultos mayores enseñan a los más jóvenes


Numerosas ONG promueven programas que valorizan los conocimientos de la tercera edad y generan los espacios para que se los pasen a las nuevas generaciones
Por Candelaria Cerutti | LA NACION
Sábado 02 de febrero de 2013

Gracias a una convocatoria de la Fundación Responde y el Banco Supervielle, los jubilados enseñan oficios, como cocina, soldadura o cosmética a los nuevas generaciones.
Fueron 425 jubilados de distintas partes del país los que concurrieron a cobrar su jubilación al Banco Superville y no sólo salieron con plata, sino que también con algo muy valioso que el dinero no puede comprar: reconocimiento personal.
Es que fueron ellos quienes con trabajo y mucho sacrificio les enseñaron a las nuevas generaciones sobre diferentes disciplinas. Soldura, tejido, cosmetología y cocina fueron algunas de las cosas que los jubilados, cada uno en el área que manejaba, lograron enseñar y transmitir a una nueva generación que recién está comenzando a trabajar y no contaba con la instrucción ni el know how de ningún oficio y fue, gracias a ellos, que hoy en día muchos tiene una nueva profesión.
“Se trata de un programa que tiene como objetivo revalorizar al anciano que es llevado adelante por la Fundación Responde -que promueve el desarrollo territorial, social y económico de los pueblos rurales del país, impulsando la sustentabilidad de sus comunidades- en alianza con el Banco Supervielle. Éste se inició realizando convocatorias en las sucursales que el banco tiene en las distintas provincias del país. Allí promocionamos el programa e invitamos a las personas que concurren al banco a cobrar su jubilación, para que se anoten como maestros capacitadores en aquellos oficios o hobbies que han ejercido a lo largo de toda su vida y los transmitan a través de talleres de corta duración, a los habitantes de pueblos rurales que no cuentan con oportunidades de capacitación”, cuenta Marcela Benítez, fundadora y directora ejecutiva de la asociación. “En los últimos 6 años, 425 jubilados de distintas partes del país, se anotaron como maestros capacitadores en lo que había sido su oficio o experiencia de vida, para transmitirla solidariamente a pobladores rurales que jamas tuvieron esa oportunidad de conocimiento”, agrega.
De esta manera, no es sólo el que recibe la capacitación el único que sale ganando. Las personas mayores que se han anotado para enseñar, cuenta Benítez, han recibido algo impagable: volver a sentirse útiles y valorados, algo que en la actualidad pareciera haberse perdido cuando de ancianos hablamos.
En busca de los valores perdidos
“Mientras que en las antiguas civilizaciones el rol del anciano era altamente apreciado por su experiencia y sabiduría, en la sociedad actual -con una visión esencialmente economicista, centrada en la productividad, y que hace culto a la eterna juventud- el rol del anciano se desvalorizó. Es más, la idea que prevalece hoy en día de la vejez es poco alentadora. Sólo se ven los aspectos negativos del paso del tiempo: la dependencia creciente de sus familias, el menor poder adquisitivo, el mayor gasto en salud que implican”, cuenta la socióloga Florencia Passeron, dando cuenta de la fuerte tendencia social a sentir rechazo y marginar a las personas adultas.
“No somos capaces de pensar en los aportes positivos que han hecho: dedicación de sus mejores años a criar a sus hijos e incluso incluso a sus nietos, a trabajar para su familia, su país. Pero mucho más aún, no sólo deberíamos revalorar sus aportes positivos, sino pensar que nuestros mayores tienen aún mucho más para aportar, y además, quieren hacerlo”, agrega.
Siguiendo la misma línea de argumentación, María Eugenia Herrera Vegas, directora académica de la Fundación Navarro Viola, que trabaja para mejorar la educación, la medicina social y la ancianidad, cuenta que “los mitos y prejuicios culturales alrededor de la vejez son muchos, y el imaginario social puede llevar a formas de exclusión de diversos tipos, e incluso en ocasiones, a la autoexclusión ya que es la persona mayor quien muchas veces se siente ajena a la participación en la vida social”.
Es por estos motivos que resulta tan importante apoyar, visibilizar y resaltar emprendimientos que se orienten y enfoquen este grupo olvidado: en su bienestar, inclusión, participación y en fomentar sus acciones e intereses.
“Por eso debemos pensar en trabajos, oficios, educación, actividades artísticas y culturales que los integren plenamente a la sociedad y que los haga sentir útiles”, cuenta Passeron. “No sólo porque efectivamente tienen mucho para brindar a la sociedad, sino porque además refuerza nuestra capacidad de empatía como sociedad, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. En definitiva, todos llegaremos a la vejez -o por lo menos la mayoría queremos llegar- y querríamos hacerlo con dignidad, con entusiasmo y con posibilidades de sentirnos aún útiles y valorados”, agrega.
La Fundación Cruzada Patagónica brinda talleres educativos a adultos que no terminaron la primaria, en Junín de los Andres.
Ponerse en el lugar del otro. Fue justamente eso lo que motivó a muchas de las ONG a poner manos a la obra y atender a un estrato de la sociedad muy olvidado. “Lo que el programa y los talleres generan en el pueblo es fantástico, ya que más allá de que son talleres introductorios al conocimiento, desde lo humano, es absolutamente genial, ya que el jubilado se siente revalorizado como persona y con capacidades plenas que demuestran fehacientemente cuán útil es a la sociedad”, dice Benítez.
Es con este mismo objetivo y poniéndose siempre en el lugar del otro que la fundación Manos Abiertas, que tiene como misión servir, promover y dignificar a los más necesitados, puso en marcha su programa “Manos a la obra”. “La misión es promover al adulto mayor, recuperar su dignidad y dar respuesta a sus necesidades integrales: físicas, espirituales, psicológicas y sociales”, cuenta Maida Miguens, responsable del proyecto.
Por eso a través de este programa trabajan para que las abuelas y abuelos puedan utilizar su tiempo en actividades sociales y solidarias con el objetivo de reinsertarlos en la comunidad. Para ello, se realizan jornadas donde se los convoca para su colaboración en la selección y clasificación de donaciones que recibe Manos Abiertas. A su vez, se promueve el uso de sus talentos a través de la cocina, el tejido y el trabajo con cuero en el armado de billeteras y llaveros”, cuenta Miguens.
Con ganas de aprender
Transmitir conocimiento es, sin dudas, una manera que muchos ancianos encontraron para sentirse valorados y útiles, pero también aprender cosas nuevas dignifica a las personas. Y eso es en lo que trabajan desde la Fundación Cruzada Patagónica.
“Nuestro programa permite que muchas personas mayores hoy puedan tener acceso a la educación. Y no sólo eso, sino que el proyecto está orientado a demanda de lo que el adulto necesita, es decir, no sólo a aprender a leer y a escribir sino que se manejan un montón de temas: desde interculturalidad, manualidades y hasta nutrición. La idea es atender a los adultos que no llegaron a hacer el nivel primario y se lo acompaña a tener esta formación”, cuenta Daniel Sacallan, del departamento de comunicación de la Fundación Cruzada Patagónica.
A través del área de Educación, la Fundación Cruzada Patagónica brinda desde 1982 oportunidades educativas a los pobladores del ámbito rural, para romper el círculo de pobreza y vulnerabilidad, ofrecer herramientas productivas y personales para el desarrollo económico, social y cultural de los jóvenes, sus familias y comunidades.
Así como las edades de los alumnos son atípicas, las clases tampoco son de lo más convencional. En lugar de haber aulas a las cuales los alumnos concurren, son los docentes, que en este caso son voluntarios del centro San Ignacio de la fundación, quienes salen en camioneta desde Junín de los Andes y recorren diferentes lugar buscando ancianos interesados en aprender.
“Las clases se dan en salones comunitarios, escuelas primarias, postas sanitarias o en la casa de alguno de los alumnos de las comunidades Linares, Painefilú, Raquithue y Lafquenche, ubicadas a 40 y 60 kilómetros de Junín de los Andes. Los docentes viajan todos los días a esas comunidades en camionetas que salen de la escuela”, cuenta Sacallan, quien afirma que esta modalidad fue implementada al notar que uno de los principales problemas por los cuales muchos ancianos no asistían a la escuela era por un problema de transporte. De esta manera, las casas se convierten en aulas y con mate y tortas fritas de por medio muchas personas logran aprender.
Aprender y enseñar. Dos caminos que parecerían llevar a los más ancianos a un mismo destino: al de hacerlos sentir que todavía vale la pena seguir vivo, no sintiéndose una carga, sino sabiendo que, aún con pelo blanco y bastón, tienen mucho para dar.

No hay comentarios: