jueves, 15 de marzo de 2012

Desde mi ventana: El niño que llevamos dentro nunca muere -y III- (Ángel de Castro)

El niño que me despereza cuando dormito y me lanza de nuevo al surco cuando estoy a punto de tirar la toalla, animándome a seguir labrando mis campos predilectos.

El niño que me empuja a seguir escribiendo, colaborando y abriendo ventanas para que los otros vean sus paisajes y se reconcilien con sus vidas.

El niño sabio y buena gente, porque viene de buena madre y mejor padre, o buen padre y mejor madre, tanto monta, me enseña a agradecer a cuantos han pasado a mi lado con sus sabias lecciones y honrados comportamientos y rendirles el merecido homenaje. Aunque no puedo olvidar, ni debo, al niño tonto, torpe, no buena gente, que se recrea en su propio ombligo, se queda mirando alelado al dedo cuando le señalas la luna, y apunta a los otros cuando debería empezar por uno mismo… Ay.

… El niño que llevas dentro… ¿o no te has dado cuenta de que va contigo y de que nunca muere?

… Aquel lejano niño…

Una buena amiga, que sabe por dónde anduve cavilando un tiempo y lo que escribía, me envió este poema de uno de los poetas de la Generación del 27, poco conocido, al tiempo que me adosaba un piropo, un pelín exagerado: parece escrito por ti. Gracias Chus, aunque te pasaste.

Este era el bellísimo poema de Manuel Altolaguirre:

TIEMPO FLOR

¡Qué error! Me parecía / que aquel lejano niño / se estaba yendo para siempre, / que aquel alegre joven distraído / se alejaba también. /

¡Mentira todo! / El joven está en mí / como un hombre vestido de otros hombres, / llegando hasta la última / envoltura, / esta piel mía de ahora; / o siendo abrigo de otros cuerpos / hasta llegar al niño que yo era, / que es centro de mi vida, / que está en mí / en una inmensa flor / que al deshojarse lo mostrara / desnudo y sonriente.

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