jueves, 1 de septiembre de 2011

Desde mi ventana: Despacio y buena letra (Ángel de Castro)


Navega por Internet un interesante vídeo sobre la cultura del slow down (despacio y buena letra, que decían mi padre y mi primer maestro, D. Julián) procedente de Suecia que aboga por una mayor lentitud, unida a la reflexión, el deseo de ser más y el disfrute del momento actual, frente a las prisas, la improvisación, la posesión exagerada de cosas, tener más y más hasta el infinito y estar obsesionados por el futuro.

Explica bien lo que en esencia significa ese movimiento: propone aparcar la prisa y disfrutar de cada minuto y frente a la rapidez del hágalo ya, ahora mismo, desacelerar, aminorar la marcha (slow down), para saborear, disfrutar, con calma y sin prisas, y vivir no tanto pensando en el futuro, que ya vendrá, sin nuestras urgencias, como en el momento actual. No todo el ayer fue retraso, oscuridad e ignorancia, y podemos encontrar buena medicina en la línea de esta cultura y de este movimiento actual: y así dice, de manera harto inteligente, un corrido mexicano: no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar, y nuestro antiguo refranero ya nos avisó de que la prisa es enemiga de la perfección; las prisas no son buenas consejeras; vísteme despacio, que tengo prisa; date prisa, pero no corras y de que no por mucho madrugar amanece más temprano.

No, nuestro ritmo no puede ni debe ser el de los caracoles o las tortugas, porque no llegaríamos o llegaríamos demasiado tarde, pero tampoco el del rayo, porque o nos estrellamos y ni llegamos ni disfrutamos del viaje, y ya sabemos desde Kavafis que importa incluso más que la misma llegada, o no llegamos a dónde queríamos y, como lo hacemos tan alocados, estamos deseando marchar y sólo saborear las prisas por las prisas y la velocidad en sí misma.

Por lo que importa recobrar antes de nada el ritmo humano de la vida y de nuestras vidas y, por encima de todo, aprovechar al máximo el momento actual saboreándolo, que sólo puede lograrse desde la parsimonia, cierta lentitud, dando tiempo al tiempo y a los sentidos, no esperar con excesiva ansiedad, por ejemplo, la jubilación, ni las próximas vacaciones, ni los próximos años, ni ver realizados desde ya todos los sueños, porque acaso no llegamos ni a la jubilación, ni a las próximas vacaciones, ni a ver realizado ningún sueño, y lo más grave, con ser ello grave en sí, es que dejamos pasar este momento actual, el que tenemos a mano para hacer o deshacer o poder convertirlo en un tiempo privilegiado por la intensidad vivida, el disfrute llevado a la mente y los sentidos y hacer, de alguna manera, todo aquello que haríamos, una vez jubilados, en plenas vacaciones, en los próximos años, e intentando que los sueños comiencen en este mismo instante.

¿Para qué esperar tanto, si además ni nosotros ni nadie lo tiene asegurado? ¿Locura? ¿Lucidez? Todo depende de nosotros mismos, de que marquemos nosotros el ritmo, la orientación de la nave y el empleo inteligente de la tecnología, siempre a nuestro servicio. Ya es el tiempo en sí veloz para que le demos más marcha y velocidad con lo que conseguimos no enterarnos de la fiesta a la que estábamos invitados y era lo realmente importante: vivirla a tope, disfrutarla con los demás, cuando la metáfora es la fiesta, pero si contemplamos el trabajo, descubrir los valores del mismo, del progreso, la civilización, la construcción de una sociedad mejor… que no se consiguen sin nuestra aportación por mínima que sea, aunque nunca al paso de la tortuga porque nuestro ritmo es otro bien diferente, pero tampoco el violento-frenético-acelerado.

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