viernes, 19 de agosto de 2011

Desde mi ventana: ¿Renegar del pasado? (Ángel de Castro)


"Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro", René Descartes.

Bien, muy bien, digo no, mal, muy mal, habiéndolo pensado bien.

He descubierto la frase en un artículo estupendo sobre la lectura de mi admirado y admirable José Luis Sampedro, pero sintiéndolo mucho me apetece llevarles la contraria a éstos que considero, sin lugar a duda alguna, insignes maestros. Siguiendo a Descartes, que colocó a la duda como el principio de todo saber, me permito dudar de su afirmación y de que merezca la pena seguirle, porque aun siendo ignorantes hasta el infinito, como es mi caso, no daríamos lo poco que sabemos por llenar el inmenso océano de nuestra ignorancia, porque ¿para qué querríamos todo ese conocimiento, si nos quedamos sin lo que hemos aprendido a base de esfuerzo, sudor y sangre, y cómo no seguir agradeciendo a quienes seguimos viendo detrás de cada palabra, lección, consejo, amonestación, estela de sabiduría y experiencia adornada con reflexión profunda y humildad sin pavoneo?

Naturalmente que necesitamos saber mucho más, porque es mucho, muchísimo, lo que ignoramos, pero, por favor, que no sea a costa de desprendernos de lo poco que sabemos y de las palabras de nuestra personal biografía, que se han pegado a nuestra piel y son parte de nosotros mismos, y todo ello es lo que, en el fondo, uno más ama, que no es otra cosa que lo que ha sido y continua siendo.

Como no me gustaría llegar a imitar a los viejos que se refugian en su infancia y ya no tienen ganas algunas de salir, como hace decir el magnífico escritor, Javier Marías, a un personaje de su novela Tu rostro mañana – 3 Veneno y sombra y adiós:

“Se cuenta que los muy viejos recuerdan sobre todo su infancia y casi se encierran en ella, mentalmente, y que tienen la sensación de que todo lo habido en medio, entre aquel periodo lejano y su presente declive, sus codicias y pasiones, sus combates y sus reveses, ha sido falso, una acumulación de distracciones y errores, y de inmensos afanes por cosas que en realidad no importaban; y se preguntan si no ha sido todo un interminable rodeo, una travesía inútil para regresar a lo esencial, al origen, a lo único que de verdad cuenta… cuando se llega a fin de cuentas”.

Para nada, porque me gustaría que lo esencial esté en todo lo vivido, y todo cuenta, desde los primeros días en la dorada, o no tanto, primavera, más o menos feliz, hasta el dulce o amargo invierno, y desde las alturas verlo, eso sí, con placentera templanza y sobriedad, rescatando lo mejor, como todos aquellos momentos, principalmente, para qué airear lo torpe y hasta alguna que otra mezquindad, en los que se tocaron con las yemas de los dedos ráfagas de disfrute, lucidez y felicidad.

Siempre me gustó aquello de que nos quiten lo bailado, pero infinitamente me gusta más esto otro: y mejor que no nos lo quiten.

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