
… y llevas mal que no te vengan las palabras con la facilidad de siempre, y hasta te olvidas por un momento, cuando vas a comprar aguacate, coliflor o desensin-pasta de dientes y no digamos, cuando ves venir a lo lejos a un conocido o te encuentras con un viejo amigo y no te acuerdas de sus nombres y te llevan los demonios quedarte a la intemperie y en paréntesis y no te sirve de nada que algunos de tus amigos, mucho más jóvenes, digan que les pasa también y que de igual forma les lleven los demonios.
… y vas perdiendo fuelle, no solo al subir las escaleras, que siempre te gustaba subirlas de dos en dos porque no tenías paciencia de ir peldaño a peldaño, sino al ver cómo la sangre ya no se altera con aquella rapidez de siempre y alguno de tus miembros, de viril, ya tiene más bien poco y le cuesta enderezarse, ay, no poco tiempo, y cuesta aceptarlo y tienes que comenzar a pensar que el sexo también es ternura, está en la piel que rodea a todo el cuerpo, que es el cerebro el órgano sexual, también, por excelencia, que el amor es mucho más que pasión y calentura y que hacer el amor va mucho más allá que un orgasmo múltiple y variado…
… y comienzas a pensar, una y mil veces, que te irás definitivamente, ley de vida, y las cosas, menos mal, seguirán ahí, sin ti, y los seres queridos, familia y amigos continuarán su vida y te consuela que en algún momento te recordarán con cariño y cierta nostalgia, pero tú ya no estarás entre ellos, ley de vida, te dicen, pero joder cómo duele…
… y vas perdiendo vista, oído, tacto y dientes, ay, más de la mitad ya no son tuyos sino postizos o implantados y cada día aparece una arruga más en tu atlas de valles y montañas, y a pesar de que te aprendieras de memoria la frase de Ramón y Cajal, que dice que deben importar más las arrugas del cerebro que las de la cara, no te hacen gracia tantas cicatrices por dentro y por fuera…
… pero menos mal que, a pesar de todos los pesares, sacas de la debilidad y achaques virtud y fuerza, y no dejas de ser un jubilado impaciente y en activo, con algunos olvidos y despistes, pero constatas eufórico que la cabeza está mejor amueblada que hace diez, veinte y cuarenta años, te sientes bien en general y con ganas de sacarle más jugo a la vida y orgulloso de que puedes ganar batallas de lucidez, solidaridad y amistad, continuar dando guerra de la buena y encontrarte con momentos más densos, plenos y felices que en otros tiempos de vino y rosas… porque ¿quién dijo que estos no pueden ser también de vino y rosas por estar ya en la senda de la vejez?
Ángel de Castro
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