martes, 16 de noviembre de 2010

Desde mi ventana: Miradas (Ángel de Castro).


Y en cada mirada descubrí un mar de palabras…

Hay miradas y miradas:
miradas adustas,
excluyentes, cálidas, respetuosas, duras…,
miradas que te ignoran y que por lo tanto duelen,
altaneras y por lo tanto repelentes.
Miradas que penosamente son
“ni chicha ni limoná”,
miradas ausentes, contagiosas...
…miradas profundas que hablan
desde la larga y honda sabiduría de los años.

Hay miradas que envuelven todo el rostro,
y lo acaparan, hasta desfigurarlo,
y son incapaces, o casi, de dejar asomar
un soplo de alegría y una leve sonrisa de agradecimiento
a la vida, a los otros y a uno mismo.
Son miradas
tan potentes
que convierten
el rostro
en un triste paisaje
endurecido.

He visto miradas
de hombres y mujeres,
viudas en su mayoría,
bailando por dentro
y por fuera
mientras les sonaban los ojos
como unas castañuelas.

Existen miradas altivas,
que lo hacen desde las estrellas,
y sólo oyen el rumor del viento de sus hazañas:
tú no existes en el fragor de esas miradas.
Miradas que encienden pasiones,
incendian emociones,
apagan rastrojos,
desgarran el viento,
coquetean en la antesala del amor,
hablan sin palabras,
envían mensajes cual palomas mensajeras
o tigres airados…,
…miradas opacas,
miradas luminosas,
miradas para el romance de los abrazos
y el océano de los besos…
miradas que piden limosna
a los ojos millonarios de grandeza
y miradas que reparten lluvia de primavera
en todo tiempo y territorio…

Miradas,
para admirar,
porque van al fondo de los asuntos,
y que saben acariciar sin acaparar,
ni dominar,
ni apabullar…
Y miradas,
que buscan
y reparten sonrisas,
miradas
que tejen redes,
reclaman abrazos,
siembran armonía
y pintan el arco iris de la amistad
en todos los horizontes.

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