martes, 14 de septiembre de 2010

Desde mi ventana: Invisible (Ángel de Castro).

Siempre me ha parecido una de las cosas más penosas que te puede suceder en la vida es ser invisible a los demás. No olvidaré nunca algunas mañanas, cuando entraba por la puerta grande de la Diputación y veía venir por los pasillos a algunos compañeros de trabajo de la institución provincial, en donde lo normal, por educación y mínima decencia era darnos los buenos días, y así sucedía en general, siempre había alguien que, aunque te veía desde lejos, te ignoraba como si de un gusano de tierra se tratara y a mí eso me dolía, y siempre pensaba lo mismo, si en estos momentos apareciera el presidente de la Diputación estos individuos, por ir por lo suave, ¿se comportarían de igual forma ignorando que nadie es más que nadie y menos que nadie, que dijera el poeta? Como uno es así, yo no se lo tenía en cuenta, y alguna vez levanté la voz con unos buenos días sonoro y rotundo para hacerme de verdad visible y que se diera cuenta de que no se puede ir así por la vida papando moscas sin ver a los que pasan a tu lado y se merecen un al menos leve saludo.
Corre por Internet un vídeo sobre el tema con algunas historias interesantes que resumo:

1ª.- Primero le cambiaron de alcoba por una más pequeña, para pasar poco más tarde al desván, “el que está en el patio de atrás”, y se les olvidó cambiarle el vidrio roto de la ventana, por donde se cuela un airecito helado fatal para sus dolores reumáticos.

2ª.- Una buena tarde cayó en cuenta que su voz había desparecido. Nadie le contestaba y todos hablaban sin mirarla, como si no estuviera con ellos. A veces intervenía en la conversación, pero en vano. Ni la oían, ni la miraban, ni la respondían. Y se retiraba con su tristeza y soledad a cuestas a su cuarto antes de terminar de tomar la taza de café. Creía que actuando así se darían cuenta de que estaba enojada y triste y alguien iría a pedirle perdón , pero en vano, nadie llegaba.

3ª.- Un día una vez más les dijo que cuando se muriera sí le iban a extrañar a lo que su nieto más pequeño contestó: “¿Estas vivo abuelo? “. Y todos se rieron la gracia del enano. Tres días le duró el llanto. Otro día entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días le dio. Fue entonces cuando se convenció de que era invisible.

4ª.- Aquella mañana estaban muy alborotados los niños y le dieron la noticia de que al día siguiente se irían todos de excusión al campo y se puso muy contenta. ¡Hacia tanto tiempo que no salía y menos al campo! Fue la primera en levantarse para que no tuvieran que esperarla. Estaba lista y muy alegre, salió al zaguán y vio que el coche desaparecía envuelto en bullicio. Comprendió que no estaba invitada y sintió que el corazón se le encogía y la barbilla le temblaba como cuando uno se aguanta las ganas de llorar.

Cuatro historias de personas mayores, pero, como he comentado al principio, sucede en todas las edades y en todo tiempo y lugar. Haz la prueba, pon a punto los sentidos y te darás cuenta de que la invisibilidad nos rodea y te extrañarás de que con harta frecuencia comienzas a contar alguna de tus penalidades y te topas rápidamente con todas las penalidades del mundo mundial y un tanto avergonzado, porque dada la magnitud y el color que le dan a sus vidas y sus desgracias y la poca atención que te han prestado que las tuyas te parecen ridículas.

No permitas que alguien te convierta en invisible.

www.angeldecastro.blogspot.com

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