martes, 15 de junio de 2010

Desde mi ventana: Palabras para una biografía (Ángel de Castro)

CABALLO, PADRE Y MAESTRO

CABALLO, suele ser la palabra que, con mayor frecuencia, me viene a la memoria y es capaz de hacerme recrear toda mi infancia, paraíso perdido y, con tanta prisa, ay, olvidado.

El caballo, que no sé por qué no tenía nombre, hizo feliz pareja con las mulas, con nobleza, coraje y sin pavonearse nunca de ser caballo, no era su estilo; todos ellos siguen vivos en los corrales y prados de mi memoria con la imagen cálida de las aguas limpias de los ricos manantiales y el forraje en sus puestos, a comienzos del verano. Aún me llega el olor a heno fresco recién cortado.

Y a partir de la palabra y la imagen del caballo galopan los recuerdos de mis padres, mis hermanos, la casa, las tierras, las eras, los dulces veranos, los duros inviernos de heladas negras, la escasez y el racionamiento, el cocido diario, todos los días del año y todos los años de infancia y adolescencia.

Tras el caballo destaca la imagen de mi padre, su fiel amo y domador, mi mejor maestro, por la sabiduría, la pasión y el afecto especial que ponía en las cosas de la casa, con las tierras, los majuelos y las mulas.

Cuando lo compró por dieciocho duros, era el animal más canijo y endeble que puede imaginarse y que, gracias a sus cuidados, esmerada limpieza y caricias, saldría adelante, con una fuerza y temple que marcaría una época y un estilo de correr y de tirar del carro. Sólo utilizaba la voz, nunca descompuesta, y el látigo, más como amenaza de ágil revoloteo y leve ruido que como castigo, ¡cómo iba a usar las correas, inexistentes en mi casa, para pegarnos en el culo!

Estaba ya alrededor de los cincuenta cuando yo era niño y su vitalidad, su entrega a la causa, su amor al trabajo, su capacidad de aguante y su satisfacción por las cosas bien hechas fueron algunos de los valores de la mejor de las escuelas (aunque sus debilidades, por demasiado humano y frágil, eran heridas clavadas muy dentro), sus enseñanzas irían parejas a las sabias lecciones de empezar a caminar a derecho por las rutas de la educación y la cultura de don Julián, un sabio maestro, educador de varias generaciones, a pesar de su vara de mimbre, siempre dispuesta al llanto y crujir de dientes.

… se hizo viejo, al final hubo que sacrificarlo y, como era uno más de la familia, se le hizo el duelo obligado: hubo dolor en los mayores y llantos quejumbrosos en los pequeños.

Pero el recuerdo es más fuerte que la muerte y aquel caballo sigue vivo en los rincones más mimados de la memoria, tanto cuando salía al campo, desbocado, para beberse los vientos, como cuando corría con él las cintas mi hermano o cazaba perdices mi padre.

Por todo lo cual, larga vida en mi memoria.

Tres palabras para una biografía: la tuya y la mía.

Ángel de Castro

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