viernes, 28 de junio de 2013

La psicóloga Marina Gallego destaca la importancia de «adaptar las actividades a las circunstancias de cada persona mayor»

«Con la vejez se abre una nueva etapa de crecimiento personal y de múltiples posibilidades, siempre que se sepan adaptar las actividades a las circunstancias individuales de cada persona», con estas palabras la psicóloga Marina Gallego desmontó la llamada 'hipótesis del arco', que contempla esta etapa vital como una sucesión de episodios de pérdida y deterioro. La psicóloga ofreció una charla en el Aula de Cultura de Fundación Cajamurcia a un numeroso grupo de voluntarios de la Fundación Fade que trabajan con personas mayores. En ella explicó que la capacidad de aprendizaje no disminuye con la edad y que, en múltiples ocasiones, demuestran una lucidez mayor que los jóvenes, debido a la experiencia acumulada a lo largo de los años, que les aporta una visión más amplia de las cosas y, por tanto, una mejor comprensión.
El sistema nervioso de una persona mayor responde de forma más lenta a los estímulos, del mismo modo que los sentidos van perdiendo agudeza pero, según la especialista, estas características no impiden el desarrollo de numerosas actividades. Marina Gallego se refirió a otro de los errores más comunes que se cometen habitualmente al tratar temas de tercera edad: el considerar que todas las personas mayores son iguales, les motivan las mismas cosas o tienen los mismos gustos o aficiones. «La personalidad no cambia con la edad, puede que algunos rasgos de su carácter se reafirmen pero, en esencia, es la misma persona que ha sido siempre tan diferente del resto de ancianos como lo puedan ser las personas adultas entre sí». Sin embargo, el mero hecho de encontrarse en una misma franja de edad, hace que la sociedad tienda a englobarlos en un mismo grupo para planificar su vida, sus actividades y decidir cuáles son sus necesidades.
En este sentido, la psicóloga, que trabaja también como terapeuta en una residencia de ancianos, explica la necesidad de contar con las personas mayores a la hora de organizar actividades. «Cuando se les pide opinión y se les tiene en cuenta es mucho más fácil captar su interés y hacer que se vuelvan más participativos», comenta.
Gallego citó a una de las gerontólogas europeas más reconocidas mundialmente, Ursula Lerr, que decía que «las actitudes más positivas frente a la vejez se dan en sociedades primitivas» para explicar cómo, en la actualidad, una serie de ideas preconcebidas y, casi siempre, falsas, han deteriorado la imagen de una de nuestras etapas vitales que, además, debería verse como la culminación de la persona y no como una caída hacia una decrepitud continuada.
Interés por el sexo
Se suele creer que las personas mayores están seniles, que no disfrutan de la vida, que han perdido el interés por el sexo, que se sienten insatisfechos y que su conducta cambia y se vuelven más ariscos, más solitarios o más maniáticos. La psicóloga asegura que nada de esto es cierto en un envejecimiento saludable. Sin embargo, estos prejuicios hacen que la sociedad, en general, y la familia, en particular, anulen poco a poco al mayor hasta el punto de tomar decisiones por él sin consultar y, en ocasiones, llegando incluso al engaño «lo que le causa al anciano una profunda tristeza». A menudo, el día a día del mayor se estructura sin que ellos puedan decidir cosas tan simples como cuándo quieren asearse o qué comer. Los bienintencionados consejos para evitar riesgos o preservar la salud de los mayores acaban al final haciendo un daño psicológico mayor al del posible problema que intentan eludir y es que, según Gallego, se tiende a descuidar el plano emocional de la persona. «A una de las mujeres mayores que asistían a mi taller le encantaba ir los jueves al mercadillo. A sus hijos les daba miedo que fuera y para que no insistiera le dijeron que ya no había. Al final, fue peor porque ella se dio cuenta de que le mentían», cuenta la psicóloga.
Unas veces es la familia quién decide por ellos, y otras es la sociedad la que lo hace, arrebatándoles, por ejemplo, el carné de conducir, algo que para las personas mayores suele resultar muy traumático porque pierden su autonomía y su sentido de utilidad. Quizás medidas cómo estas sean necesarias en ocasiones, pero Marina Gallego se pregunta si no se podrían buscar fórmulas que tuvieran más en consideración los sentimientos del anciano y sobre todo, consensuar más que imponer.
La psicóloga concluyó esta charla sobre la afectividad en los últimos años -que tal y como explicó no se refiere al cariño sino a la percepción de las cosas que les suceden y cómo las interioriza- defendiendo que es posible mejorar el estado de ánimo de la persona si se establecen las pautas de una buena comunicación que permitan aflorar las emociones, los sentimientos y las pasiones que hacen mella en su bienestar psíquico.
«Con la vejez se abre una nueva etapa de crecimiento personal y de múltiples posibilidades, siempre que se sepan adaptar las actividades a las circunstancias individuales de cada persona», con estas palabras la psicóloga Marina Gallego desmontó la llamada 'hipótesis del arco', que contempla esta etapa vital como una sucesión de episodios de pérdida y deterioro. La psicóloga ofreció una charla en el Aula de Cultura de Fundación Cajamurcia a un numeroso grupo de voluntarios de la Fundación Fade que trabajan con personas mayores. En ella explicó que la capacidad de aprendizaje no disminuye con la edad y que, en múltiples ocasiones, demuestran una lucidez mayor que los jóvenes, debido a la experiencia acumulada a lo largo de los años, que les aporta una visión más amplia de las cosas y, por tanto, una mejor comprensión.

El sistema nervioso de una persona mayor responde de forma más lenta a los estímulos, del mismo modo que los sentidos van perdiendo agudeza pero, según la especialista, estas características no impiden el desarrollo de numerosas actividades. Marina Gallego se refirió a otro de los errores más comunes que se cometen habitualmente al tratar temas de tercera edad: el considerar que todas las personas mayores son iguales, les motivan las mismas cosas o tienen los mismos gustos o aficiones. «La personalidad no cambia con la edad, puede que algunos rasgos de su carácter se reafirmen pero, en esencia, es la misma persona que ha sido siempre tan diferente del resto de ancianos como lo puedan ser las personas adultas entre sí». Sin embargo, el mero hecho de encontrarse en una misma franja de edad, hace que la sociedad tienda a englobarlos en un mismo grupo para planificar su vida, sus actividades y decidir cuáles son sus necesidades.

En este sentido, la psicóloga, que trabaja también como terapeuta en una residencia de ancianos, explica la necesidad de contar con las personas mayores a la hora de organizar actividades. «Cuando se les pide opinión y se les tiene en cuenta es mucho más fácil captar su interés y hacer que se vuelvan más participativos», comenta.Gallego citó a una de las gerontólogas europeas más reconocidas mundialmente, Ursula Lerr, que decía que «las actitudes más positivas frente a la vejez se dan en sociedades primitivas» para explicar cómo, en la actualidad, una serie de ideas preconcebidas y, casi siempre, falsas, han deteriorado la imagen de una de nuestras etapas vitales que, además, debería verse como la culminación de la persona y no como una caída hacia una decrepitud continuada.

Interés por el sexo

Se suele creer que las personas mayores están seniles, que no disfrutan de la vida, que han perdido el interés por el sexo, que se sienten insatisfechos y que su conducta cambia y se vuelven más ariscos, más solitarios o más maniáticos. La psicóloga asegura que nada de esto es cierto en un envejecimiento saludable. Sin embargo, estos prejuicios hacen que la sociedad, en general, y la familia, en particular, anulen poco a poco al mayor hasta el punto de tomar decisiones por él sin consultar y, en ocasiones, llegando incluso al engaño «lo que le causa al anciano una profunda tristeza». A menudo, el día a día del mayor se estructura sin que ellos puedan decidir cosas tan simples como cuándo quieren asearse o qué comer. Los bienintencionados consejos para evitar riesgos o preservar la salud de los mayores acaban al final haciendo un daño psicológico mayor al del posible problema que intentan eludir y es que, según Gallego, se tiende a descuidar el plano emocional de la persona. «A una de las mujeres mayores que asistían a mi taller le encantaba ir los jueves al mercadillo. A sus hijos les daba miedo que fuera y para que no insistiera le dijeron que ya no había. Al final, fue peor porque ella se dio cuenta de que le mentían», cuenta la psicóloga.

Unas veces es la familia quién decide por ellos, y otras es la sociedad la que lo hace, arrebatándoles, por ejemplo, el carné de conducir, algo que para las personas mayores suele resultar muy traumático porque pierden su autonomía y su sentido de utilidad. Quizás medidas cómo estas sean necesarias en ocasiones, pero Marina Gallego se pregunta si no se podrían buscar fórmulas que tuvieran más en consideración los sentimientos del anciano y sobre todo, consensuar más que imponer.

La psicóloga concluyó esta charla sobre la afectividad en los últimos años -que tal y como explicó no se refiere al cariño sino a la percepción de las cosas que les suceden y cómo las interioriza- defendiendo que es posible mejorar el estado de ánimo de la persona si se establecen las pautas de una buena comunicación que permitan aflorar las emociones, los sentimientos y las pasiones que hacen mella en su bienestar psíquico.

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