viernes, 16 de diciembre de 2011

Supervivencia

Tengo vivencias para escribir un libro. Sólo hay a relatar una. La primera y la más grande:

Sólo tenía cuatro años, y mi hermano mayor nueve. Por entonces éramos sólo los dos. Luego fuimos cuatro. Pues bien: ocurrió en la primavera del año 1944. En ese día estábamos mi hermano y yo solos en casa. Mis padres se marcharon a la ciudad de compras y el trabajador que había en la finca se encontraba bastante lejos de nosotros. Cuando mis padres se marchaban, le decían a mi hermano Alberto: “Ten mucho cuidado con el niño no le vaya a pasar algo”.

Yo era muy inquieto y me gustaba andar por los sitios más peligrosos. Al lado de la casa había y (y haya) un zonche, un estanque de agua para el consumo de los animales. Un aljibe parecido a una piscina, de aproximadamente 16 por 10 metros y de 6 metros de profundidad. Los bordes tenían una pared de 0,40 metros de ancho y 1 metro de alto. Sobre la pared había unos postes de hierro, de protección, con cuatro alambres de espinos. Todo bien protegido para que ningún niño se pueda caer.

En este estanque había peces y yo me pasaba las horas, muchas veces, mirando como nadaban. Incluso les echaba cosas para que comieran. Ese día estábamos mi hermano y yo viendo los peces, mi hermano al lado del poste, encima de la pared, y yo entre dos postes, columpiándome agarrado al alambre de arriba, para ver los peces que estaban al lado de la pared. Esto lo había hecho en muchas ocasiones y no había pasado nada. Hasta ese día.

El alambre, de tanto moverlo, se rompió por el poste contrario al que estaba mi hermano y caí al estanque con el alambre prendido al jersey que tenía puesto. Desde el agua yo sentía a mi hermano decir: “¡Joaquín, agárrate al alambre! ¡Agárrate al alambre!”

No sé las veces que me hundí en el agua. Fueron varias. Me agarré al alambre con tanta fuerza que no sentí nada cuando me clavé los pinchos en la mano izquierda. Aún tengo la señal. Dios mío que momentos tuvo que pasar mi pobre hermano porque yo no me daba cuenta de la situación.

Perdí el conocimiento, no sé por cuanto tiempo. Del nivel del agua hasta la parte de arriba de la pared habría casi un metro mas los alambres. No puedo entender como un niño de nueve años pudo sacarme. Lo cierto es que me sacó (con la ayuda de Dios, naturalmente). Ese día se produjo un milagro. Cuando recuperé el conocimiento, mi hermano estaba encima de mi espalda, sacándome el agua que había tragado, que fue bastante. Cuando ya no salía más, lo primero que dije a mi hermano es que me habían mordido los peces… y me eché a llorar.
Mi hermano me quitó la ropa y me puso ropa de él, lo primero que encontró. Nos acostamos al lado de la lumbre, en la chimenea, y así nos encontraron nuestros padres cuando regresaron de la compra. Lo primero que preguntaron fue: “Alberto, ¿Qué ha pasado?”, a lo que él respondió: “Nada, que el niño ha estado jugando en las pilas y se ha mojado un poco”

No coló mucho pero salió del paso. Al día siguiente, cuando mi madre cogió la ropa para lavarla, no se lo podía creer, no sólo tenía agua , sino que tenía barro. Total, que llamó a mi hermano y se lo contó todo”.

Hoy, después de 67 años, mi hermano y yo estamos aquí para contarlo. GRACIAS HERMANO.

Joaquín Hormigo Carrillo
Villanueva de Duero

5 comentarios:

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Muy bueno Joaquín, y ya sabes que quien sabe hacer un cesto puede hacer doscientos. Sigue escribiendo, que disfrutarás haciéndolo tanto como el que tenga la suerte de leerlo, como en este caso.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Joaquin eres mundial,que bueno que te lances a contar tus esperien-cias a mi me ha encantado y espero como Angel que sea el comienzo de nuevos relatos emociona ver la reacion que en otra historia parecida la moraleja es como un niño pudo hacer eso y se llega a la conclusion de que no habia una persona mayor que le desanimó.
Un saludo y gracias. Ramon

Anónimo dijo...

Creo que lo importante de esta historia es,que tu hermano y tu habreis sido y sereis, algo muy especial el uno para el otro, durante el resto de vuestras vidas.
Un fuerte abrazo.
Pocholo.

Anónimo dijo...

Me alegra mucho Joaquín, que te haya animado a escribir. Eres un hombre inquieto, observador, solidario,entusiasta, experimentado, tolerante.. y con la sabiduría suficiente para aportar y transmitir. A seguir agarrándose a la vida con fuerza. Un beso,
Marisol

Joaquin dijo...

Agradezco mucho vuestra solidaridad y espero poder contar más cosas. Estoy en ello. Muchas gracias por vuestra atención.

Un fuerte abrazo, Joaquín