viernes, 30 de diciembre de 2011

Desde mi ventana: Los salmones y los ríos que van a dar al mar (Ángel de Castro)

Venimos de tiempos sombríos en pensamientos, palabras, obras y omisión y en formas de vestir, de sentir y de adoctrinar. El niño que va conmigo a todas partes y que tiene mejor memoria que yo mismo se acuerda más y mejor:

Años de luto y cuaresma, miércoles de ceniza… todos los años la misma perorata: polvo eres y en polvo te convertirás, y cuando llegó el poeta, molesto, nos dijo que ¡vale!, pero que no nos lo restrieguen año tras año, malos tiempos de pensamiento único y sequías pertinaces, puños cerrados y brazos en alto, paseos los domingos, a media tarde, desde los 12 años en fila y en sotana, la vida una mala noche en una mala posada, los ríos que van a dar al mar que es el morir, nuestras almas, si mueren en pecado mortal, arderán para siempre en el infierno, cría cuervos y te sacarán los ojos, quien bien te quiere te hará llorar, tanto vales cuanto tienes, la letra con sangre entra, no hay rosa sin espinas, piensa mal y acertarás, al final todos calvos…, …, …,

palabras y refranes, dichos y hechos, losas pesadas sobre las espaldas doblegadas de generaciones cansadas antes de nacer por todo cuanto les esperaba.

Venimos de tiempos sombríos. Hubo luces, y muchos momentos luminosos y entrañables, es verdad, pero muchas sombras y muy negras, ello es cierto.

Por muy bellos que sean los versos de las coplas de Jorge Manrique y no voy a ser yo quien ponga en duda su calidad literaria, indiscutible a todas luces, propia de una obra maestra y cumbre de la literatura universal, y hasta más de una vez te habré recitado las coplas enteras, pero la verdad es que su verdad está lejos de nuestra mentalidad, saber y entender, como está lejos la Edad Media y todo lo que ello conlleva.

Que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir, ya lo sabemos, pero hoy se nos antojan otras imágenes y otros pensamientos en diferente dirección, como por ejemplo, que mientras vivimos y recorremos el paisaje vital, podemos y debemos disfrutar del momento y ello nada tiene que ver con las sombras de la muerte, aunque esos momentos sean fugaces y veloces como un suspiro. No nos apetece nada que alguien nos ensombrezca la noche. Incluso nada le disgusta más al hombre de hoy que le estén dando constantemente la murga con la fugacidad del tiempo y los placeres, que la vida se pasa y se viene la muerte tan callando… y no digamos ya aquello tan manido desde el poeta medieval “cómo a nuestro parecer (menos mal que dijo a nuestro parecer) cualquier tiempo pasado fue mejor”, pues no estamos de acuerdo en absoluto, que cualquier tiempo pasado fuera mejor, porque hubo de todo: malo, bueno, regular y desdichado, más o menos como hoy y como mañana, pero la utopía tira de muchos de nosotros, quizá de casi todos, y nos hace pensar que las cosas pueden ir siempre a mejor. Y que al final se da una clara igualdad, ( “allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / y más chicos, / allegados, son iguales / los que viven por su manos / y los ricos”) está superdemostrado, pero que nadie nos lo suelte para que quedemos tranquilos y satisfechos de que la película termina mal y de igual manera para todos, porque muchos, o unos pocos, podrán siempre decir: que nos quiten lo bailado, mientras que a los muchos no les agradará, ni de nada les servirá, ser iguales al final de la jornada.

Por todo lo cual estoy con Eduardo Punset cuando dice que “a partir de ahora, y durante unos cuantos siglos, la metáfora de los procesos del conocimiento se representará, no tanto por un río que va a la mar, como por un salmón terco que remonta hacia los orígenes”.

Y pienso que, ahora mismo, estamos más con la metáfora de la vida, semejante al salmón remontando río arriba la corriente, que la de los ríos que mueren en el mar, y no sólo en relación a los procesos del conocimiento sino a los procesos vitales en general. Y soy partidario de ver la vida en todas sus etapas ascendiendo la montaña en lugar de entenderla como un descenso imparable hacia el envejecimiento.

La imagen de los salmones no puede ser más bella y atractiva. A finales del otoño y comienzo del invierno inician la etapa final de su viaje, en un esfuerzo titánico, en aras a la perpetuación de la especie. Es una aventura asombrosa y se repite año tras año al llegar la época de la reproducción. En ese difícil y arriesgado remonte muchos encuentran la muerte, pero su instinto es más fuerte, porque ellos tienen una meta, dar con los mejores sitios de las cabeceras de los ríos donde las aguas son más cristalinas y ricas en oxígeno (hábitat ideal para sus alevines), sacrificando su propio bienestar al de su futura descendencia. Allí nace el salmón, en las cabeceras de los ríos, y allí transcurren las etapas de la vida juvenil para hacer cada año su viaje a las frías aguas del Ártico en el Atlántico Norte en un perfecto retorno.

Entre la bellísima metáfora de nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir, y esta preciosa e impresionante imagen del esfuerzo de los salmones, remontando ríos a la búsqueda de lugares apropiados para su reproducción, me quedo con esta segunda, impresionado y deseoso de aprender bien su lección y llevarla a la práctica, en todo lo que tiene de aventura, tenacidad y coraje.

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