lunes, 6 de septiembre de 2010

Desde mi ventana: El paso del tiempo (Ángel de Castro).

Otra semana que se va, dentro de un suspiro tendré que decir, que se fue, y se termina agosto y con agosto el verano y a esperar la cosecha de tomates del próximo, que deseamos al menos como éste, nada abundante aunque rica en sabores de la tierra, las cenas entre amigos, los libros leídos a la sombra de los pinos y el frescor de la tarde, las entradas en el blog para cuidarlo y engrosarlo al igual que en esta página de la Federación…, como las olas.

Es el tiempo que vuela y vuela tan veloz que no se detiene, como las olas que van y vienen, que vienen y van, y así desde que el mundo es mundo, siempre agitadas, nunca deteniendo su pulso y su música monocorde sobre el tambor de la playa como escribe Virginia Wolf a quien acabo de leer: “Las olas golpeaban el tambor de la playa como guerreros con turbante, como hombres con turbante y envenenadas dagas, que, agitando los brazos levantados, avanzan hacia los rebaños que triscan, los blancos corderos”. Qué bien escribía esta mujer. Y refiriéndose al tiempo, que es un leimotiv en la novela: el martes viene después del lunes y le sigue el miércoles, y tras enero febrero… y así de forma repetida. “El tiempo, hará decir a Bernard, uno de sus seis personajes, que es un soleado prado en el que baila una luz, el tiempo que es tan ancho y llano como un campo al mediodía, comienza a formar una pendiente. El tiempo se adelgaza hasta formar un punto”.

El tiempo, a medida de ir cumpliendo años, se adelgaza, efectivamente, y corre más deprisa como liebre perseguida por los días y los meses y los años en carrera desenfrenada.

No tachas los días del calendario como cuando estudiante tenías las vacaciones al caer, pero vas tachando recuerdos, acontecimientos, encuentros que no volverán, amigos con quienes ya no compartirás mesa, mantel y tertulia, ciudades a las que ya no volverás y miles de historias que ni escribirás ni vivirás… y se te adelgaza el sendero de tu atardecer cada vez más escarpado, cada día más angosto. Detente, oh sol, te gustaría decir, como Josué, pero es vano el deseo, porque las olas nunca se detienen, al igual que el tiempo, pasan y pasan rompiendo el silencio día y noche y año tras año. Sólo ellas rejuvenecen porque nosotros, ay, envejecemos sin remisión, ley del tiempo cruel.

Y tras agosto, a punto de fenecer, septiembre… y tras el verano, de nuevo el otoño y otra vez el invierno y un año más que va adelgazando la vida.

“Se alza la ola, se hincha, arquea el lomo… ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros…? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento… Las olas rompían en la playa”. Tremendo final de esa tan extraña como interesante novela que es “Las olas” de Virginia Wolf, la novela de los monólogos interiores y el paso del tiempo.

www.angeldecastro.blogspot.com


2 comentarios:

Adela dijo...

Querido señor de Castro.Hoy le noto como un poco pesimista pensando mucho en el paso del tiempo, y como dices se adelgaza y se estrecha cada vez más.
Peo yo quiero decirte que no tanto en los hombres pero sí en las mujeres, con el paso del tiempo ensachamos de cuerpo pero la mayoría también de mente y con la frescura de la mayoria de los días de su ventana abierta el paso del tiempo no nos parece tan malo y como en la estación del otoño vemos nuestro futuro con ese colorido tan magico. Un abrazo Adela

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias querida "señora" Adela: Quizá me levanté ese día un pelín pesimista, pero sin querer, cuando se van cumpliendo años se piensa más en ese adelgazamiento del tiempo que es más veloz, lo que no quiere decir que como Vd.piense que la madurez nos trae ricos tesoros, estaciones con más ricos coloridos y una mente más despejada y una cabeza más encima de los hombros.
Gracias Adela, por seguir ahí.
Un abrazo cariñoso
Angel