viernes, 26 de julio de 2013

Una vida en danza



A los 92 años, María Fux baila todos los días y transmite la forma de encontrar en el movimiento la forma de liberarse. Una maestra
Por Jose Supera | Para LA NACION
Domingo 14 de julio de 2013

Luz de atardecer ilumina el rostro de María Fux, quien le habla a sus alumnos con una voz dulce y firme a la vez, algo autoritaria quizá, pero de un autoritarismo que busca libertad, la libertad del cuerpo y el espíritu. Es probable que se necesite ser un poco firme a la hora de liberarnos de la esclavitud enredada de nuestro cerebro. La clase de danzaterapia acaba de empezar. Los alumnos, desperdigados por el suelo. Cuerpos libres, la maestra Fux camina entre ellos. Comienza a hablar de la voz, de nuestra voz. “Viene desde lejos a darnos un mensaje.” Su mano hace un ademán como si sostuviera la voz, como si pudiéramos sostenerla en el aire, alrededor de nuestro cuerpo. Los alumnos imitan. “Ella nos lleva y mueve nuestro cuerpo.” Encendieron un sahumerio. También música. Sólo se ven movimiento de totalidades: mente y cuerpo y alma. Sus palabras son música. “Escucho con mi mano la voz.” Sus alumnos parecen bailar en el fondo de un océano imaginado.
María lleva un vestido violeta y un pañuelo verde. Con su mano y su brazo y su alma sigue los movimientos de sus alumnos, los acompaña en el viaje. La música es de origen hindú, ¿o africano?, no lo sabemos, pero es música que flota, que hace que la clase parezca situarse en el fondo del mar. “Sentir la música es como estar desnudo. La voz sola me va indicando cómo moverme, no sé en qué idioma habla, pero me transmite algo hermoso.” Corrige a una de sus alumnas que se mira al espejo, la obliga a no mirarse. “Es como si la imagen no existiera.” Y son como almas que bailan, como cuerpos que sienten. “La voz es fuerte, es hermosa. No hay otro instrumento que la voz.” María ahora sopla las palabras, sus alumnos se mueven como flores en el viento. Después se ponen de pie, crecen. “La voz aparece, me hace cambiar; viene a mi vida como música.” Y ahora todos ven bailar a la maestra. Porque sí, con sus 92 años, baila como si fuera la primera y la última vez. La perfección primitiva del movimiento interior/exterior. Y entonces le pasa la flor de su danza a una alumna con discapacidad motriz. Todos miran bailar a la chica, una fuerza liberadora que rompe las barreras de los músculos y la genética: un alma libre y poderosa, llena de luz. Termina su danza, todos se acercan a la chica, algunos la abrazan llorando. Dice María: “Para escuchar la voz que viene de lejos no tengo que verla, la siento. Lo que me pasa a mí, le pasa al otro”.
Aplausos, llantos. Fin de la clase.

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