domingo, 24 de marzo de 2013

Laberinto caótico

El mundo observa con una actitud entre perpleja, escandalizada y resignada como la calidad de vida se va perdiendo en medio de grandes adelantos y espantosos retrocesos. En todas partes se añora un pasado relativamente cercano donde reinaba una felicidad que seguramente no era tal, pero que comparada con los tiempos presentes adquiere contornos de un cuento de hadas pleno de paz y tranquilidad. No es solamente la nostalgia de cincuentones o sesentones que añoran sus años mozos -esos años donde uno parecía no tener hígado y poseer articulaciones elásticas que permitían bajar escaleras sin agarrarse de pasamanos y barandas-, es fundamentalmente una sensación de entender y asimilar la realidad con mas claridad y con mejores respuestas. Se insiste mucho en los ideales que las jóvenes generaciones esgrimen con ímpetu y optimismo para buscar un mundo mejor y un poco más justo. Puede ser que algunos caminos para lograr los cambios deseados no hayan sido los mejores, pero la concepción de que lo que no funcionaba podía cambiarse para bien de muchos era lo que daba sentido a la vida y hacía que se vislumbraran salidas luminosas de largos túneles de atraso que databan de unos cuantos siglos atrás. Los acontecimientos luctuosos y nefastos de la primera mitad del siglo XX en el Viejo Continente y en Estados Unidos esparcían sobre la joven América latina sus consecuencias, por un lado positivas por la neutralidad de la mayoría de esas naciones que permitía el refugio de los exiliados y prófugos de las catástrofes bélicas, y las no tan buenas de albergar al termino de las contiendas a asesinos, genocidas y perturbados científicos que continuaban haciendo experimentos genéticos con seres humanos para crear razas superiores, como el caso de los niños del Brasil, por citar uno de los varios ejemplos. De todos modos hubo un momento de borrón y cuenta nueva donde viejas ideologías cayeron en desuso y fueron desprestigiadas y dejadas de lado (al menos aparentemente) por una gran cantidad de países. Pero hay que remarcar el aparentemente, porque la codicia, el delirio de ejercer supremacías raciales o religiosas, la sed de poder por el poder mismo y la tentación de anular a los que se oponen a una determinada forma de vida, más el negocio de las armas interconectado con el narcotráfico y las injusticias sociales que son resultado directo de las desigualdades intolerables -caldo de cultivo ideal para la aparición de gurúes que emergen en medio del caos que la miseria y la pobreza extrema provocada por sectores conservadores del poder con la creencia de pertenecer a castas privilegiadas propician-, son los verdaderos factores que atentan contra la famosa calidad de vida tan añorada y solicitada por mucha gente que, sin quererlo específicamente, hemos contribuido a su deterioro progresivo.
Si no respetamos ni ayudamos a respetar a la naturaleza, si sólo un puñado de loquitos verdes salen a protestar contra el calentamiento global mientras millones gritan y aúllan por causas respetables pero mucho menos trascendentes, si la indolencia de autoridades permiten a ciudadanos armarse hasta los dientes con resultados tanto o más nefastos que la violencia preexistente, si no se observan actitudes que contemplen el respeto por la propia vida y la de los demás, si la falta de educación global genera cada vez más violencia domestica con víctimas mortales in crescendo aquí y en todo el mundo, si los pactos del poder son cada vez más truchos y por la explosión de la superinformación en redes sociales cada vez mas evidentes y accesibles a millones de personas que otrora vivían menos informadas de esos entretelones, resulta muy difícil mantener una calidad de vida, que no siempre es el resultado de una mejor o peor situación económica y que no depende de dólares, euros o pesos en el bolsillo, sino de una actitud sensata y solidaria que se ha extraviado en los vericuetos de un laberinto mediático donde no se ve una salida digna y positiva

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