Escucha activa… y con empatía
De entrada digamos que no es nada fácil, ni lo uno ni lo otro. Es tanto el ruido y el griterío medio ambiental convertido en murmullos, rumores, insultos y guirigay de tertulias de todo pelaje que hace difícil la escucha y menos la escucha activa. Pero es que además llevamos el ruido tan dentro que somos incapaces, con frecuencia, de hacer silencio en nosotros mismos y a nuestro alrededor: nos aburrimos, nos da vértigo, y no sabemos estar a solas a gusto y con provecho.
Además de esta condición indispensable es obvio que para escuchar activamente -la escucha que vale la pena- hay que mirar detenidamente al otro, a su nivel, no desde las alturas y desde la lejanía, sin distracciones, porque éstas denotan que no le prestamos la debida atención o que no nos interesa lo más mínimo ni acaso él ni lo que nos cuenta, y somos libres de ello, pero no nos engañemos diciéndonos que estamos a favor de la escucha activa y prestándole atención. (A no ser que nos lo pongan tan difícil que no haya manera, y sucede, a veces, que los discursos de algunos son insoportables, pero esa es otra historia).
Un paso más, y que va al fondo de la mejor de las escuchas, se da en la escucha con empatía, que nos lanza a meternos en la piel del otro para entenderle y comprenderle, aunque no estemos obligados a justificarle y tener que estar de acuerdo. Los expertos dicen que la empatía no es otra cosa que “la habilidad para reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás", y que ser empáticos es ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas.
Mahatma Gandhi sostenía que “las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”. Pues eso.
Ángel de Castro
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