miércoles, 13 de octubre de 2010

Desde mi ventana: Palabras mayores y no tan menores (Ángel de Castro).

· Dios, ¿la imagen que tenemos de Dios es la que Dios, en el caso de ser, nos ha dado o la que los hombres se han fabricado en su cerebro, siempre chiquito? Mi niño, y no digamos el adulto que me ha seguido los pasos hasta hace dos días, siempre tienen esa pregunta en los labios.
· Hijos, la sal de la vida, la emoción más profunda y un pozo sin fondo de trascendencia. Pero se van, es ley de vida, y la separación y un poco el olvido cada vez se alargan más.
· Linka y Luna, por ellas he aprendido a amar a los animales, a reconocer su inteligencia y su bondad y tantas y tantas cosas que son verdaderas lecciones para los humanos.
· Cielo, me quedo con lo que dice el tango, que ni es cielo ni es azul, pero no deja de ser bello y el mejor de los sueños si fuese real.
· Coraje, es fuerza, es nervio, es pasión, y por ello imprescindible para conseguir lo que vale la pena.
· Chupitos, el final de una larga conversación amiga, tras los vinos y los cafés en compañía cálida. Va en el apartado de palabras mayores porque, aun cuando el comienzo vaya de chupitos y podría parecer una frivolidad, termina en la amistad que es algo nada frívolo y es una palabra mayor. ¿O no?
· Sexo, el sexo es locura, paz, disfrute, pasión, ternura, bello cuando no hay violencia, impagable, porque de lo contrario se convierte en mercancía y entonces es otra cosa: prostitución; es, sin darle vueltas, uno de los placeres más grandes de este mundo, sabiendo que hay otros muchos. Ah, sin olvidar que todo el cuerpo es un mapamundi de sexo para viajar gozosamente, reconociendo que su sede central está en el cerebro.
· Madre “Jamás ha habido un valor de civilización que no implicara la idea de feminidad, de ternura, de compasión, de no violencia, de respeto a la debilidad… La primera relación del niño con la civilización es la relación con su madre”. Romain Gary

Agradezco a los dioses, o a la vida, o… mejor, a mi madre, llevar en mis neuronas y en mis venas más dosis de feminidad que de machismo, y bastantes restos de ternura, compasión y no violencia. Por eso fue mi primera gran maestra, hecha de silencio, austeridad, prudencia y sabia mediación. Su recuerdo perdura en el tiempo.

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